Nunca pensé ni quise ser relacionista público. Soy músico y en la universidad estudié periodismo, “la más noble de las profesiones o el más vil de los oficios”, según la frase de Luis Miró Quesada de la Guerra, exdirector de El Comercio. Precisamente fue en el decano de la prensa donde comencé a ejercer mi profesión. Por años me encargué de la página Publicidad y marketing.
Me fue bien, pero pasó el tiempo y, cansado de la rutina, busqué nuevos rumbos, ahora vinculados a la creatividad, que me apasionaba. Gracias a Ximena Vega Amat y León, hablé con Humberto Polar (dos personas que no necesitan presentación en estas páginas). Me dijo que podía darme una oportunidad en su equipo, pero como director de relaciones públicas.
La idea no me entusiasmó; no quería convertirme en una de las personas a la que llaman insistentemente para que les publique “aunque sea un breve” o le mandan correos con notas de prensa ilegibles por tantos atentados al idioma y al periodismo. “Pero no lo hagas igual. Hazlo como piensas que se debe hacer”. Con eso me convenció y acepté el cargo. La famosa frase publicitaria “si odias algo, cámbialo” (Honda, 2003) se convirtió en mi mantra y dio buenos frutos en el trabajo. Siete años después de haberme convertido en “piar”, entiendo que hoy ser relacionista público es valioso por lo siguiente:
- Nuestra principal fuente de trabajo es la verdad. En estos tiempos la reputación es lo más importante para las marcas, y como nosotros somos quienes trabajamos en ellas, nuestra herramienta principal para el éxito y el manejo de crisis es la verdad; demostrable e incondicional. La mentira es una posibilidad latente de crisis; por eso no podemos (ni debemos) hacer nuestro trabajo si el cliente no da el servicio que promete o tiene la casa llena de fantasmas. Vale decir no. También vale pedir perdón.
- Nos apasiona la lectura y estar informados siempre. Solo así podemos redactar bien y aprovechar coyunturas a favor de nuestros clientes.
- Somos estrategas holísticos de la comunicación. Investigamos, somos ordenados y conocemos sobre publicidad, comunicación digital, marketing de contenidos, etc.
- Sabemos ponernos en los zapatos del otro (o nos dedicamos a otra cosa). Muchos periodistas del medio no soportan a los relacionistas públicos y con razón. Paradojas de la vida: un supuesto experto en relacionarse con la gente cae mal. Que el apuro no nos haga olvidar que la empatía es un valor maravilloso que debe practicarse con gusto.
- Somos creativos y piezas clave en la concepción de contenidos del cliente. Con nosotros, un post, un tuit o un comercial puede convertirse en una pieza noticiable (y hasta ganar Cannes). Tengamos iniciativa y pidamos participar en el proceso creativo (porque también podemos prevenir una crisis. ¿Cuántas campañas publicitarias que perjudicaron la reputación de una marca y su agencia se hubiesen evitado o modificado con nosotros en el equipo?).
- En época de posverdades, podemos marcar la diferencia. Debemos trabajar proponiendo y colocando contenidos valiosos y verdaderos en los medios. Es un gran aporte en estos días.
Todo eso me gusta y por eso, a pesar del cansancio diario y de que a veces es difícil, soy feliz siendo “piar”, un trabajo más importante que nunca para las marcas y que, como su éxito está vinculado a la verdad, tiene todo para convertirse en “la más noble de las profesiones”. ¿Por qué no?
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