Todo o casi todo, está al alcance del “¡Click!”. De una pequeña presión del dedo sobre una tecla o sobre la pantalla portátil.
Es muy fácil, inmediato y por supuesto, conveniente, pero también peligroso. Nos hemos acostumbrado a la velocidad y esta, por lo general, no permite pensar; no da tiempo, porque “hay que hacer las cosas rápido”.
Es verdad que antes, si se quería averiguar algo, estaban los libros y las hemerotecas. La librería nacional tenía las respuestas. Todas o casi todas. Pero había que tener un carnet, viajar hasta ella y buscar… Se encontraba, pero tomaba tiempo y tal vez lo que pasaba era que todo pasaba más lentamente entonces.
Ahora la inmediatez y la facilidad nos permiten tener tiempo y parecemos habernos vuelto un poco más flojos. Tenemos ese tiempo que la velocidad nos regala, y tal vez ni nos damos cuenta ni lo disfrutamos; el tiempo que no se “usa”, se pierde irremediablemente: perdemos el tiempo. O sea que estamos ociosos, tonteamos.
El “¡Click!” suena inocente, pero es peligroso si es que no sabemos utilizarlo; como un cartucho de dinamita, por ejemplo, que puede servir para abrir un túnel o para hacer volar en pedazos a una persona. Saber para qué hacemos “¡Click!” es verdaderamente importantes, sobre todo para quien trabaja con información, que requiere una gran cantidad de datos, que pueden estar expresados en palabras, números, imágenes o sonidos. Hay que saber, buscar, ordenar y ser coherente. Ahí, viene lo difícil del “¡Click!”, lo que toma su tiempo, tiempo que tenemos que estar dispuestos a emplear si queremos resultados positivos, porque de lo contrario, la inmediatez nos tentará y nos quedaremos a medio camino: nuestro trabajo no será todo lo bueno que puede ser. Será mediocre.
Creo que no es bueno confiar demasiado en los “¡Click!”.