La luz brilla, llama la atención y uno espera ver qué es lo que hay ahí, pero si la luz es cegadora, no deja ver nada y llega a herir la vista, uno se aparta y la luz queda en eso: una luz solamente.
Este podría ser el ejemplo para esos comerciales publicitarios que deslumbran con sus colores, imágenes y música, pero todo esto no es sino llamar la atención… ¡para
nada!
Porque, o no hay un mensaje o este desaparece en medio del barullo. Resulta que es un comercial atractivo pero hueco.
Es que a veces la parafernalia gana a la esencia y lo que se tendría que haber dicho es opacado, minimizado o a veces anulado por un “marco” (o lo que debería serlo) convertido
en único protagonista. Se privilegia lo espectacular, lo “bonito” sobre lo que debiera ser el mensaje. Se prefieren las lechuguitas al jugoso lomo. El “acompañamiento” (o aquello que debería serlo) al ingrediente principal del plato.
La publicidad debe atraer y no distraer. Lo principal es el mensaje. Lo demás son adornos.