Realmente en caso de los redactores publicitarios y en el mío propio, debía ser “escribirlo bien”, porque eso es precisamente lo que hay que hacer cuando uno “ataca” un texto, que será parte de una pieza publicitaria, para cualquier medio.
Y para escribir bien, lo primero que hay que conocer es el lenguaje, porque es nuestra “materia prima” y eso significa “saberse al dedillo” muchas cosas; la frase “yo escribo”, parece muy sencilla, pero encierra una gran cantidad de conocimiento, ya que no es lo mismo hablar que escribir.
Dicen que “a las palabras se las lleva el viento” y que, “lo escrito, escrito está”; eso marca una gran diferencia y supone que, salvo la grabación de las palabras dichas, lo que se escribe permanece.
Al escribir para publicidad, se hace para comunicar algo, que quien lee, entienda y se sienta atraído; se escribe para informar y lograr persuadir. Eso no se hace sin un muy buen conocimiento del lenguaje, al que ya llamé “materia prima”. No se podrá comunicar bien si esta materia prima no es adecuadamente usada y modelada a fin de que cumpla con los objetivos antes mencionados de atraer, informar y persuadir.
Escribir para publicidad suele ser visto como algo “menor”, si se lo compara con escribir literatura (novelas, por ejemplo), pero hay que tener en cuenta que la publicidad busca ser efectiva, digamos “práctica”, y a diferencia de la literatura, su “propósito” es mucho más inmediato.
Bueno, escribir siempre es una tarea, pero creo que una tarea más ardua es escribir para convencer y tener resultados finales positivos, casi inmediatos.
Digo esto porque siempre he sido un gran lector de literatura, pero escogí (o me escogió el Destino) escribir para publicidad. No podría escribir una novela, porque aprendí a escribir corto (gracias a la publicidad) y hacer algo muy largo, dividido en capítulos, sería para mí, como subir al Everest, de espaldas y en camiseta.
La práctica me dio experiencia y la experiencia me dice que no intente hacer aquello que sé que no puedo hacer.
Prefiero el “tono menor” de la publicidad, que la “clave” mayor de la literatura (para escribir, digo), en este concierto de palabras.