Tele-Eros

Un alien verde, un perro que saca la lengua, un hombre con sombrero de bombín, mostacho y corbata michi, y un ratón kawaii que vomita corazones de colores entran a un bar un sábado por la noche. Alzan unos su lata de cerveza, otro su copa de vino, otro una botella de gaseosa mientras su pareja le dice que le toca sacar la basura, que ya van a dar las 8.

Este es un bar raro, hecho de cuadrículas que se multiplican o menguan conforme entran o salen los invitados, que ocasionalmente se quedan congelados hasta que en la pantalla sale un garabato que alguien dibuja en vivo mientras el resto debe adivinar qué es.

Una foto del recuerdo saltando frente a la torre Eiffel. Qué básico, swipe left. Una selfie con mascarilla en el paisaje de la ventana del edificio, a metros de otro edificio, sosteniendo una plancha de papel higiénico de doble hoja. Es sarcástico, swipe right. Ya no hay turistas, ya no hay gente de paso por la ciudad ni por el bar, los vecinos/as más atractivos se descubren de un kilómetro a la redonda del hogar. Los lugares de encuentro, para los más románticos, son la almohada o el balcón, y hablan de sus infancias; para los más directos, el baño o el cuarto, y capturas del cuerpo en el mejor de los ángulos.

Una buena amiga con quien casi nunca chateabas porque la veías todos los días, o dejando un día, te hace videollamada un lunes a las 5 de la tarde, o te pregunta a mediodía qué vas a cocinar. Se intercambian entre risas o curiosidad fotos de ollas, y una vez que se disipa el vapor que empaña la cámara del celular, unas emanan a la mente olores de laurel y palillo (cúrcuma, desde que leemos tantas recetas online), otras, a olla quemada. Hay risas en audio, un AKNLSKSNASSD si fue demasiado, un ajajajajaja, si fue muy chistoso, o jaja, si así nomás.

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Arriba, un labial muy tenue, gel en el pelo, lentes con protector de la luz de la pantalla, una blusa linda o hasta un saco. Abajo, un short de pijama, o quizá tacos para sentir que saliste. La videollamada comienza preguntando sobre cómo nos está yendo, porque no hay que ser insensible, y qué sucederá en las siguientes semanas, porque es un calentador de conversación, y se obvian los gritos de los niños al fondo a quienes se les acabó el playlist de YouTube. Foto mandatoria de la laptop para que la jefa, jefe, cliente y amigos en crisis sepan que estamos trabajando, o que (aún) tenemos trabajo.

Nuestra forma de relacionarnos y, concretamente, de disfrutar(nos) siempre tuvo opciones, pero desde el domingo 15 de marzo de 2020 el menú de opciones de ese Eros, de esa pulsión de vida, estímulo y placer, se redujo, nos constriñó y nos obligó, como todo proceso evolutivo, a la adaptación o muerte (social). Como muchas respuestas y alternativas que se despiertan en nuestro cerebro durante esta cuarentena, usuarios, marcas y empresas en general redescubren las categorías en una amalgama creativa frente a la crisis.

Así, beber online (los japoneses lo acaban de bautizar On-Nomi) pasó de una anécdota para parejas o amigos alejados por kilómetros, a la quiebra de los bares o la oportunidad para innovar el consumo alcohólico, quién sabe si con cross sellings y futuros partnerships.

La georreferenciación no contó con que la gente no pudiera moverse de un día para otro. Las marcas de insumos de comidas tendrán que hacer un retargeting desde que el concepto de foodie se replantee. El teletrabajo y el home office –sujetos de un artículo o un dossier para sí mismos–, dejarán de ser para siempre una opción polarizada entre millennials engreídos y asuntos “de la red”. Por enésima vez, espero y trabajaré para que las marcas continúen el juego adaptativo de la evolución gracias a la crisis, y que le sigan el paso de la creatividad a la gente durante y después de la cuarentena, porque como dice Daniel F., “cuando hay amor, la distancia a la mierda”.


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