Te observan.
Unos con curiosidad, otros con indiferencia y algunos ni te miran, pero, en el fondo, sabes –aunque te hagas el de “conmigo no es”- que esperan de ti una solución, una idea que se materialice en lo que toda la agencia necesita y el cliente también. Será quizás un aviso, un comercial para tele o los dos; tal vez sea una campaña completa.
Eres el “creativo”. Te pagan para que produzcas ideas, buenas ideas, ideas originales que se conviertan en productos publicitarios efectivos, que convencerán, en primer lugar, a tus compañeros de trabajo, luego al cliente y finalmente, lo que es más importante y definitivo: al público.
Es como una especie de examen que estás dando, poniendo en juego lo que sabes y esgrimiendo argumentos que refuercen tú o tus ideas. Digamos que allí va tu experiencia y por qué no, tu honor profesional.
Esto último, ni lo piensas, porque lo que quieres es que las ideas vengan rápido, se acomoden y te parezca que una… “¡esa sí es buena!”, entonces redactes, busques las palabras, construyas las frases, barajes posibles eslóganes y cada vez más, el asunto vaya tomando cuerpo, hasta que por fin… ¡parió Paula! Has cumplido. Estás satisfecho con los resultados y ahora viene la primera fase de la aprobación, que es la de tus compañeros de trabajo; un tiempo después se presentará a consideración del cliente y si todo es aprobado, un suspiro de alivio marcará el momento de la producción, de la ejecución del material aprobado, para que después de un “OK” final, y venía del cliente, pase a los medios y entonces se producirá el verdadero veredicto, porque el “gran jurado” será el público y dirá “sí” o “no” a lo que empezó con esa sensación de que todos te miraban, esperando “algo”.
El “algo” son tú o tus ideas materializadas y en el camino, muchas manos y mentes colaboraron para que esos 30 segundos de película o esos textos e ilustraciones, sean realidad. El “momento de la verdad verdadera” ha llegado y es “el respetable”, como se le llama taurinamente al público, el que tiene la palabra.