La comunicación publicitaria debería hacerse en un lenguaje sencillo y fácil de entender, porque de otro modo, quienes reciben los mensajes, no los van a entender. Digo “debería”, porque desgraciadamente hay muchos “creativos” que creen que usando palabras rebuscadas, frases enredadas, situaciones o imágenes “en clave” (una, que solo ellos entienden), son y “se ven” más importantes…
No se dan cuenta, en su fatuidad, que la misión del publicitario es convertir lo que puede ser difícil de entender, en mensajes claros y que estén al alcance de la comprensión de todos.
El “lucimiento lingüístico y comunicativo”, atenta contra la publicidad, que no es una vitrina para sus autores, sino un escaparate para productos, servicios o marcas, sin que esto quiera decir que el lenguaje que usa, sea este escrito, visual u oral, tenga que ser chabacano, pobre y defectuoso.
La comunicación sencilla facilita la comprensión y logra que la atracción publicitaria haga efecto más rápidamente y de mejor modo en la audiencia.
Esto, porque veo algunos avisos o comerciales que requieren de tanto para ser entendidos –verdaderos galimatías- que estoy seguro son como fuegos artificiales: muy bonitos, vistosos, pero eso, ARTIFICIALES, o sea, “tiros al aire”, hermosos cascarones vacíos.
De pronto es que soy de la “vieja escuela publicitaria”, esa que, sin abdicar para nada de la CREATIVIDAD, privilegia la EFECTIVIDAD de las piezas publicitarias, sin importar su tipo o el medio que utilicen para llegar al público; siempre he creído que el mejor “premio” para un publicista, en especial para los creativos, es la curva ascendente de las ventas del producto o servicio del cliente al que publicitan. Lo demás suele ser el reconocimiento del propio gremio y que muchas veces tiene que ver con lo bellamente estético, pero no mucho más.
Alguna vez, en clase, pecando de “metalizado”, dije que el mejor premio para mí, era que me pagaran por el trabajo que hacía, y claro, que pudiera conservar mi empleo.