Este es un asunto crucial para la vida y si lo es biológicamente, cuánto más lo será para esa parte que “no se ve” en las personas, pero se percibe, se nota y es la parte que, llamémosla -sin sesgo religioso alguno-“espiritual”.
Convengamos que reside en el cerebro, gobierna todos nuestros actos y nos “hace ser como somos”; su “alimentación” es importantísima, porque creo que de nada vale ser un ente biológico muy fuerte y desarrollado, si no se “alimenta” espiritualmente para tener un contenido que vaya más allá del mero vivir.
Creo que alimentar esa parte inmaterial, que -repito- se aloja y desarrolla en el cerebro es lo que logra que nos diferenciemos de otros animales. Por eso, no basta la comida sana, mucho líquido y cuidados físicos, sino que la alimentación del conocimiento es clave.
Sí, es verdad, vamos al colegio, a la universidad o a algún instituto superior donde aprenderemos desde el ABC hasta los entresijos de una profesión, cualquiera que esta sea, pero no basta. El saber es mucho más amplio que el conocimiento básico escolar o los “secretos” de una profesión. Es verdad que el vivir nos enseña y digamos que eso se llama “experiencia”, pero hay algo a lo que hoy se le tiene miedo, y es la lectura.
Leer enriquece, nos dota de armas insospechadas que permitirán superar mil y una dificultades y problemas. Leer nos va a entretener. Va a hacer que viajemos sin movernos del sofá, que admiremos sin verlos con los ojos, los paisajes del mundo y las maravillas presentes y pasadas. Nos hará atisbar el futuro y el universo nos contará secretos.
Leer alimenta el espíritu, nos va completando, nos proporciona conocimiento y placer; entonces, digo yo, ¿por qué no lo hacemos? La respuesta es una: por flojos.