Es una palabra curiosa, formada por otras dos que son de uso común, aunque esta también lo sea cada vez más: “conspiración” y “paranoia”.
La “conspiranoia” está presente en todas partes y se genera por la tendencia a especular y a “tejer” historias que el ser humano tiene a base de datos o hechos que pueden ser ciertos, pero a los que se les agrega una buena dosis de imaginación, lo que suele ir creciendo conforme se difunden.
Este fenómeno de la comunicación usa como medio de difusión las redes sociales, a las cuales hay un acceso irrestricto y lo más probable es que sea motivado por la “necesidad” que tiene el emisor, de presentarse como una persona enterada y poseedora de data oculta o que casi nadie “maneja”.
La “conspiranoia” puede alimentarse de las llamadas “fake news” y servir para determinados fines, que teniendo el engaño como ingrediente básico y la “probable verosimilitud” como señuelo, son por lo general “no muy sanctos”.
El pronunciar medias verdades o mentiras con apariencia de realidad, no es algo nuevo en la historia de la comunicación y se puede decir que han sido utilizadas como arma para conseguir movilizar la opinión pública o crear tendencias; esto –modernamente- se incrementa de manera exponencial gracias a las redes sociales, a la velocidad de la difusión que estas permiten y al uso sin restricción ni control alguno que de ellas se hace; no se crea, por favor, que abogo por la “censura”, sino que me limito a observar los acontecimientos y de qué manera lo comunicación cobra mayor importancia en nuestras vidas, siendo algo que merece tener mucha más atención que la que le prestamos.
A veces, sin saberlo, estamos siendo parte de un tejido de historias falsas, que, analizadas con tranquilidad, tiempo y fuentes verificadas, suelen aparecer como falacias. Nos gana, creo, el sentimiento de que nos consideren “personas bien informadas” y el “orgullo” de dar noticias. Esto es muy humano, sí, pero me parece que está llegando a niveles intolerables.