Todo muda, todo cambia, todo avanza en este mundo y la publicidad no podía ser una excepción. El tiempo va pasando, mucho queda atrás y de pronto solamente sirve para el recuerdo, de los memoriosos, que estamos siendo empujados por el cambio inexorable, y debemos tener cuidado de no caer en la cuneta, quedándonos a un lado del camino, mientras el presente nos adelanta, dejándonos detenidos, acezantes y probablemente desconcertados.
Es que lo que antes era novedad, ahora -si lo hubiera- estaría en el museo de la publicidad, cubriéndose de polvo y quizás provocando miradas de asombro y pregunta.
Por ejemplo, hace un tiempo, un amigo y antiguo compañero de trabajo, eximio director de arte de la “vieja guardia”, gran dibujante e ilustrador, me llamó por teléfono para preguntarme cuánto pagarían en una agencia de publicidad por un “story board” (los cuadros dibujados, que relatan gráficamente un comercial de televisión, cine o internet) o por cada cuadro de uno; como no es que esté muy al día en precios de este tipo, consulté a una amiga que tiene una agencia de publicidad, y ella me dijo:”¿Story board? ¡Eso ya no se usa, Manolo!” Y claro, trasladé la respuesta a mi amigo, al que supongo, no le cayó nada bien.
Es que hay tanto que era habitual en la publicidad, se hacía manualmente y ha sido reemplazado o ha desaparecido, simplemente, que estoy seguro de que no alcanzarían los dedos de ambas mano para contarlo, porque, para empezar, el director de arte de antaño, maestro del lápiz (el “lápiz chato” que permitía con un diestro movimiento de la mano, producir líneas gruesas o muy delgadas, a voluntad), de las témperas, las acuarelas, los lápices de colores o los plumones “Design” (que venían en todas las tonalidades y colores imaginables, como el “color carne” y una variedad enorme de grises)
Supongo que en el “rincón de las ánimas” está también el infaltable “cartón maqueta” que se usaba, cortado al tamaño que se necesitara, para los “artes finales” (otra vejez) que se presentaban al cliente y se usaban para los diarios o las imprentas.
Un “arte final”, era eso: un aviso o diseño terminado que o se hacía directamente en el cartón (por el lado blanco, claro), o se pegaba a este con la popular y útil “goma líquida” o “jebe líquido” (cuyos nombres me eximen de explicación), los sobrantes del producto, que podían quedar en el cartón, alrededor de lo pegado, se limpiaba con “pica” que era la castellanización criolla del término “pick-up” o “levantar”; la “pica” era una masa lo más parecido a una bola o a un borrador, usado por el artista o por el “pistadero”, o sea el que hacía el “paste up”, también castellanización criolla de la palabra “paste up”, o pegar, que era quien “armaba” el arte final …
Como dicen, “last but not least”, o sea, al último, pero no por eso menos importante, otra “desaparición”, esta vez por sustitución, es la de la máquina de escribir mecánica, esa con la que, en el siglo pasado, en el último año de los’60, empecé mi carrera publicitaria, como redactor en McCann Erickson Corp. Lima.
Sí, yo soy de esa generación de viejitos del “story board”, los “artes finales”, el “cartón maqueta”, la “pica”, los “peistaperos”, los plumones “Design”, el “lápiz chato”, la máquina de escribir mecánica, y tantas otras cosas que el tiempo fue tragándose o sustituyendo por la hoy ubicua computadora. Computadoras, programas, algoritmos, prompts … Todo un mundo de tecnología que hacen antediluvianos al lápiz, al tajador y al borrador. Todo cambia, todo muda. Lo único que permanece es el cambio.
Pero puedo confesar que me he entretenido mucho: 53 largos años.