Tal vez parezca que me repito, pero es que me parece importante “separar la paja del trigo” y diferenciar a la verdadera publicidad y a los publicistas de ciertos embaucadores, que se disfrazan ellos y disfrazan lo que publicitan –que es un “engañamuchachos”- para sorprender a un público con verdades a medias o mentiras encubiertas.
Seguramente está en el recuerdo de muchos, el vendedor de un “jarabe curalotodo”, el “remedio” que aseguraba, precisamente, servir para curar todo tipo de afecciones y que era voceado por calles y plazas por un vendedor, que es personaje típico del viejo “oeste americano”.
Aquí, entre nosotros, son “famosos” los vendedores de “sebo de culebra” de la plaza San Martín o los que recomendaban por la tele algún líquido “milagroso” contra el covid; incluso, tuvimos un ministro de salud, que recomendaba un “agua mágica”.
Es que como dicen, “de todo hay en la viña del Señor”, y la publicidad no es la excepción, aunque la publicidad engañosa o falsa, es mucho peor, porque llega a muchísimas más personas –miles o cientos de miles- causando verdaderos estragos, no solamente a la publicidad como profesión, que queda como mentirosa, sino en la salud de los consumidores y a los productos que realmente funcionan, y que estos delincuentes, consideran “competencia”.
Sin embargo, si es bueno alertar al público sobre el particular, es muchísimo más importante dirigirse a los publicistas, para que DE NINGUNA MANERA acepten promover falsedades, ni respaldar con su habilidad comunicativa a ningún producto o servicio mentiroso, que ofrezca lo que no podrá cumplir.
La publicidad debe renegar de esos “topos”, que, encubiertos o con disfraz, hacen chichirimico de la profesión.