Me encanta hacer analogías. Sin buscarlo me doy cuenta que mi cerebro funciona comparando casi todo lo que tenga a su alcance. En esta entretenida rutina del día a día, muchas veces me pregunto si la mayoría de personas son conscientes que tienen una ardua labor en elaborar, enfocar y adaptar cada cierto tiempo, la campaña de venta más importante de todas; la de sus vidas.
A ver, si recordamos el ambiente en donde vivimos, las calles por donde pasamos, los blogs que revisamos, todo absolutamente todo está lleno de publicidad sobre productos y servicios. Las marcas trabajan arduamente en su posicionamiento, es decir en la forma como son percibidos por sus clientes y potenciales clientes. Invierten muchísimo dinero para conocer la opinión de los consumidores, comprender aquellas percepciones positivas y negativas sobre su imagen, su comunicación, los canales que utiliza, y una serie de atributos más.
Hablamos de años de investigación y arduo trabajo para seguir ajustando las estrategias y los planes que tienen como objetivo final asegurar una venta creciente de sus productos. Porque al final del día conocer al cliente es asegurar el camino al éxito.
Y entonces dónde quedamos nosotros, las personas comunes y corrientes que andamos por este mundo buscando alcanzar objetivos, cruzando los dedos para que se nos haga más de una, sudándola duro y parejo para tener lo que soñamos.
¿Por qué caemos en la antipática comparación con el mercadeo de productos y servicios? ¿Por qué nos debería importar trabajar en mejorar nuestro posicionamiento como individuos? Creo que el objetivo sigue siendo el mismo que en el mundo de los servicios y productos; en el fondo como seres humanos buscamos aceptación, preferencia y finalmente afecto. Quizás a muchos estos términos no les haga brillar los ojos, pero lo cierto es que en lo más primitivo de nuestro ser todo esto sí importa, y para ello, necesitamos trabajar estrategias específicas.
Compararnos con productos y servicios no me suena tan descabellado, sino hagamos la siguiente reflexión. Solo en Perú, somos más de 31 millones de seres humanos ¿Un anaquel bastante grande no crees? Competimos contra muchísimas personas por más cosas de las que tenemos mapeadas. En el ámbito laboral competimos con colegas y desconocidos, gente que espera por la salida de más de uno para solicitar dicho puesto. En el ámbito personal, cuando buscamos pareja, por ejemplo, competimos con otro tanto de seres humanos que no queremos ni conocer. No solo competimos contra terceros, sino con nosotros mismos, buscando superar etiquetas previas, tratando de renovar nuestra imagen y percepción hacia el resto. Competimos, competimos, competimos.
Suena horrible, pero somos productos, en un grandísimo, casi infinito anaquel. Entonces:
¿Cómo quieres que te recuerden? ¿Cómo quieres que se refieran de ti? ¿Qué valor agregado tienes, que no se encuentre en otras personas así nomás? ¿Cuáles son tus mejores atributos? Finalmente, qué vas a hacer para asegurar la venta de tu producto de manera sostenida, que te prefieran los que quieres que lo hagan así.
¿Tremenda tarea la que tenemos, cierto?
Escrito por: Melissa Arbocco, Jefe de educación continua en Toulouse Lautrec