Siempre, a cada rato, desde que empecé en esto, he pensado que casi todos quienes escogimos la carrera de publicista (en cualquiera de sus variantes), elegimos una forma de vivir “honradamente” en un medio dinámico, cambiante, adrenalínico y con “menos riesgos” frente a la incierta carrera del artista, que es la que en realidad siempre soñamos tener.
Me cuesta creer que, hasta hoy cuando un chico le plantea a sus padres que quiere dedicarse al arte , estos le contesten: «¿Ah, sí? Bueno, pero primero me estudias una carrera».
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Y más me cuesta creer que la respuesta resignada sea : “¡Ya! Está bien, me meto a ciencias de la comunicación».
Digo yo: ¿Es qué nadie nació publicista? César es médico porque desde niño curaba a los perritos callejeros. Toño es abogado porque siempre intercedió por el compañero indefenso , desde pequeñito. Y Germán juega en primera porque mueve bola desde que aprendió a caminar .
Y nosotros que siempre escribimos lindo o que desde chiquitos hemos pintado prodigiosamente, o que tenemos oído absoluto, que ganábamos todos los concursos de cuento y poesía de los juegos florales, ¿Y nosotros? Nosotros somos publicistas.
Algunos lo son hasta la muerte o el exilio y otros nos desfogamos siendo «artistas en paralelo”, dibujando historietas, escribiendo poesía, de bateros o haciendo stand up en los bares de Barranco.
Quién fuera Ridley Scott o Stephen King.
Quién fuera Alan Parker o González Iñárritu.
Quién fuera el Gabo, que paró a tiempo, antes de que la muerte o el exilio lo alcanzara siendo publicista.
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