Generalmente el creativo publicitario se siente “el hueco del queque”, “la última Coca Cola en el desierto”, o “la última chupada del mango”; tres maneras de decir que se cree el “no va más” y suele mirar desde su altura imaginaria, a los demás pobres mortales.
Sin embargo, hay quienes, en el mismo campo publicitario, son verdaderos referentes a los que es muy bueno leer o si es posible (y están vivos) escuchar, porque tienen eso que es tan necesario en la vida y que se llama EXPERIENCIA; experiencia acerca de la que se ha escrito mucho y yo mismo lo he hecho varias veces.
El “sabelotodo” no existe y quien cree serlo, es -por decirlo suavemente- un tonto, un verdadero incordio, que trata de engañar a todos o –lo que es peor- se engaña a sí mismo y a esto contribuyen desgraciadamente, los premios, a los que puede acceder el creativo en festivales internacionales, a los que presenta sus piezas publicitarias. No digo en modo alguno que dichos certámenes sean malos o promuevan falsedades, pero hay que tener en cuenta que estos suelen ser promovidos por agremiaciones de publicitarios, que juzgan y premian a publicitarios: Un abrazo entre pares, una palmadita en el hombro.
El verdadero juez es el público llano, que “premia” al creativo publicitario con la preferencia hacia el o los productos que este publicita; y es que el fin de la publicidad no es ganar preseas en certámenes de ningún tipo, sino comunicar acertadamente para obtener preferencias.
Pero decía que el creativo publicitario debería aprender de – por ejemplo- un señor apellidado Ogilvy, que fue entre otras cosas, cocinero en el “Maxim” de París y leer de él, “Confesiones de un publicitario”, o mirar fuera de su burbuja autorreferencial, para darse cuenta de que hay personajes en la misma profesión, de los que se puede aprender, porque tienen una estatura creativa respetable.
Nunca se es “menos” por aprender de otros y la humildad de reconocerse como un aprendiz de quienes son grandes, lo engrandece a uno.