En publicidad, lo que importa comunicar, creo yo, son las emociones, positivas, por supuesto.
Y creo que lo que se ha ido perdiendo, es precisamente eso; por lo menos, en lo que veo y escucho de publicidad, falta ese ingrediente medular, que apelaba a la parte “íntima” del ser humano.
No es la primera vez que me refiero al tema de la ausencia de las emociones (positivas, recalco) en la comunicación publicitaria, pero me parece que es muy importante reiterarlo, porque una especie de “practicidad” se ha enseñoreado de ella.
Es verdad que por más que nos emocionemos, nos atraiga y convenza lo que un comercial comunica, si es que no tenemos o tendremos el dinero para adquirir el producto, de nada valdrá la emoción del consumidor; pero de allí a que las emociones sean reemplazadas por lo comunicación única de un precio bajo, una oferta o un gran descuento, hay un larguísimo camino.
Sí, el precio influye en el público y la decisión de satisfacer una necesidad, pero ese no es el único elemento para tener en cuenta. Creo que están faltando -disculpen que sea cansón- las emociones, esas que son transmitidas por las historias.
Siento que, a la publicidad, como a una persona ricamente ataviada, se le ha quitado la ropa y lo que vemos es un flaco esperpéntico.