Y se consiguen buenos textos, diría yo.
Es que el apuro y la velocidad, en general, son enemigos de la creación de textos publicitarios. Escribir, revisar, volver sobre lo escrito, dejar “reposar” el texto y retomarlo luego para reescribirlo en todo o en parte, son la rutina deseable de un redactor publicitario.
No digo que no pueda tener una “iluminación” o un “chispazo” que aparece de pronto como luz en medio de la oscuridad creativa, pero, yo personalmente, aprendí a desconfiar de esas “iluminaciones”, porque generalmente son trampas que nos hace nuestro cerebro, haciendo emerger de la memoria algo que vimos hace tiempo y ya no nos acordamos.
Lo que hay que hacer es verificar, para estar seguros de la originalidad de esa luz en apariencia salvadora, porque lo más probable es que sea lo que se llama un “refrito” y quedemos en ridículo, por decir lo menos.
Hay que tener paciencia, porque, normalmente, las buenas ideas no florecen así nomás, sino que cuando una brota, hay que “darle vueltas”, darle forma y así convertirla en un texto publicitario, que habremos de revisar, darle su tiempo de reposo y todo eso, antes de volver a eso que escribimos y nos pareció “sensacional”, pero que estoy seguro, con las revisiones, pasará, de lo que sería un titular de diario sensacionalista a toda página, a una discreta nota interior, allá por la sexta.
Nada ganamos apurándonos, porque en publicidad, si bien es necesaria la velocidad, eso de “anda despacio que quiero llegar rápido”, es totalmente cierto: no se puede descuidar la CALIDAD. Pensemos: ni velocidad ni cantidad. Solamente CALIDAD.
La publicidad no es asunto de “ya y a otra cosa”. Es un tema serio que merece detenimiento y atención totales. Estamos CO-MU-NI-CAN-DO y eso, es de mucha responsabilidad