Hace muchos años, fumar cigarrillos no solamente era un hábito popular (“¡era un vicio!”, dirá muchos), sino que era socialmente aceptado y promovido por una poderosa industria internacional tabacalera con operaciones y negocios en todo el mundo que ofrecía innumerables marcas diferentes. Por supuesto, en el Perú estaban, por ejemplo, Tabacalera Valor y Tabacalera Nacional, como las que más recuerdo.
Precisamente, Tabacalera Valor fue uno de los clientes de JWT donde yo trabajaba y manejábamos la cuenta publicitaria de cigarrillos “L&M” (Iniciales de Liggett & Myers), y el representante del cliente era Raúl Rachitoff Cavassa, viejo amigo mío, compañero en “Kunacc Gestiones de Marketing”, donde él había sido Ejecutivo de Cuentas y yo Redactor Creativo.
Recuerdo claramente que, en una reunión con él, en la agencia, yo saqué un paquete de cigarrillos marca “Chesterfield”, sin filtro, que eran los que fumaba entonces y lo puse sobre la mesa; Raúl, sin decir nada, cogió con su mano el paquete, lo aplastó y deshizo, echando en el cenicero los restos. Nadie dijo nada y yo entendí el mensaje, cuando me alcanzó una cajetilla nueva de “L&M”
Esa fue una lección que nunca voy a olvidar y es que un publicista, lo que use o consuma, debería ser de la marca que publicite, pues es la primera persona que debe serle fiel a esta, ya que les está diciéndoles a los demás que usen o consuman tal y tal. Se predica con el ejemplo.
Confieso que esto se me quedó grabado y yo, que en realidad usaba generalmente aquello que publicitaba, salvo lo que era para el sexo femenino como maquillaje o toallas sanitarias, es verdad que alguna cosa se me escapaba y no era consciente del tema y su –para mí- importancia.
Es que, de veras, pienso que, si yo recomiendo algo y puedo usarlo, debo hacerlo, o no sería consecuente con mi recomendación. Repito, que la mejor prédica se da con el ejemplo y agradezco a mi amigo Raúl, que ahora está en el Barrio Eterno, esperándome para conversar y recordar, por haberme dado esa lección inolvidable.