Que uno tenga familiaridad con alguien, no significa que no se le respete.
Para el redactor publicitario, sucede lo mismo con el idioma. Este es usado diariamente por aquel, pero no supone el que lo trate desmañadamente, sin cuidado alguno.
El idioma es el elemento profesional de trabajo del redactor y debería cuidar de él, emplearlo correctamente y aplicar las reglas que lo rigen; esto seguramente puede parecer una exageración, sobre todo cuando se dice – como he oído tantas veces- que “las reglas están hechas para romperse” y que la publicidad tiene que ser audaz, innovadora, llamativa y transgresora.
Insistiré siempre que la publicidad COMUNICA y que la comunicación tiene que ser entendida por quienes la reciben; todo esfuerzo por usar un idioma claro y sencillo, será poco, aunque sé que hay palabras que atraen a quien las usa, pero cuyo significado oscuro, dificultad de comprensión o “rareza”, pueden hacer que el público se quede en babia y pierda totalmente el interés en el aviso y lo publicitado.
Con esto no quiero decir que el lenguaje publicitario para tener éxito y “llegada”, deba ser plano, soso y pobretón; la verdad es que hablamos bastante mal y si se escribe como se habla.
Repito que el idioma es el elemento principal para el redactor publicitario, y tiene que conocerlo a fondo, para usarlo con propiedad. La publicidad COMUNICA y llega a cientos de miles o a millones de personas, las cuales, muy probablemente, repetirán los errores y “horrores” ortográficos o ciertos mamarrachos lingüísticos que pasan por innovadores en muchos avisos de publicidad, y si me van a decir que estoy exagerando.