Los especialistas han demostrado que el aislamiento ha provocado un «hambre» social que obliga a las personas a estar más alertas sobre lo que sucede con las marcas.
La pandemia no solo ha empujado a las marcas a adaptar sus canales de venta al contexto del confinamiento, también ha tenido un impacto importante en el cerebro del consumidor. Algo que han explicado desde el medio anglosajón FastCompany como el “hambre” de socializar, debido a la necesidad intrínseca del ser humano de estar conectado con su entorno social.
El cerebro humano sabe cuando necesita las conexiones sociales necesarias y se va adaptando a las oportunidades de interacción que le provee su entorno. Pero, cuando se reduce esta actividad las personas comienzan a sufrir síntomas similares al hambre, la ansiedad y el estrés comienzan a aumentar.
Cuando los consumidores son expuestos a condiciones similares a las vividas durante la pandemia y las medidas de distanciamiento, los niveles de cortisol en las personas se elevan y los individuos comienzan a estar mucho más alerta, e incluso mucho más sensibles a lo que ocurre a su alrededor.
Así mismo, han demostrado que la disminución o ausencia de contacto social disminuye la capacidad de memoria. Esto se ha evidenciado a través de estudios realizados a grupos que han debido pasar por procesos de aislamiento, como es el caso de los científicos de la Antártida.