La frase que hizo famosa Augusto Ferrando, hablaba de publicidad y no sé si era un aviso a los televidentes para que fueran al baño o a prepararse un cafecito sin perderse nada del programa; un aviso que venía algo prescindible como los comerciales o que prestaran atención, pero que lo importante, regresaba con él.
Bien sabemos de la personalidad egocéntrica del señor Ferrando –estupendo animador, por cierto- que cual Papá Noel dadivoso, obsequiaba de todo a los participantes que eran ganadores de sus concursos, sin importar que no fuera época navideña.
El asunto es que su exitoso programa, los regalos e incluso me atrevería a decir que su fama (es verdad que empezó a labrarla en la radio y con las carreras de caballos), fueron solventados por esa publicidad que él parecía presentar como una intromisión –o siendo benevolente, pausa- que tan fastidiosa resultaba para el televidente.
Creo que es verdad que los llamados “cortes comerciales” no son bienvenidos por el gran público, salvo por los medios, los anunciadores y los publicistas; son vistos como un incordio, una imposición que se le hace al espectador por ver algo que le gusta o interesa. En estos casos la “maldita publicidad” encarna todo lo negativo y cataliza el mal humor que produce interrumpir algo agradable.
Pero es un uso que, aunque entendido a regañadientes, no es aceptado de manera consciente por la audiencia y termina calificándosele a la publicidad como un “mal menor”, o “el precio que hay que pagar por ver algo bueno”. Esto sucede en todos los medios y aunque poco a poco con la televisión de pago o los espacios de Internet a los cuales voluntariamente los espectadores aportan dinero para sostenerlos económicamente han ido cambiando, lo cierto es que la publicidad es la “mala de la película”, esa, por la que a veces se piden disculpas o generalmente se considera “normal”.
Lo ideal es que la diversión, el entretenimiento y la educación, no cuesten, pero “alguien” o “algo” tiene que hacerlas posible y en el caso de su difusión por medios masivos, es la publicidad, los “patrocinadores”, los “auspiciadores” quienes, a cambio de lo que es la retribución consistente en tiempo de atención prestada a mensajes comerciales, son ese “alguien”.
Repto, que la publicidad es vista como un “mal necesario”, especie de sambenito que cargará a pesar de todos los esfuerzos que haga y por más comerciales maravillosos o entretenidos que ofrezca; estos siempre serán vistos como interrupciones, por más que se trate de “unir” unos con otros, siempre habrá diferencia y el espectador verá interrumpirse algo placentero.
Dicen que los únicos que “ven” comerciales, son los publicistas y a mí, francamente, me gustan si están bien hechos, estéticamente hablando; además –pero ya por “deformación profesional” analizo o considero que cumplen con atraer y convencer, sin embargo ¿no sería mejor que TODOS los comerciales fueran “estéticos” y además atractivos…?
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