«La vida virtual nos involucra en historias, nos crea expectativas, nos hace narradores de cuentos fantásticos, nos hace a veces vivir historias irreales y hacer planes que nunca pasaran».
Por: Fiori Santa María, Directora en Staff Creativa
Gracias a la vida crecí con amigos que saltaban para alcanzar a tocar el timbre y hacían ruidos extraños para avisarnos a mi y a mi hermano que era la hora de salir a jugar ´matagente´. Después tocaba hacer rutas en papel para seguirlas en bicicleta, con la parada infaltable a comprar chups de lúcuma, de fresa o de coco que hacían unos amigos del barrio. Ya más tarde tocaba avisarle a mamá que te cure las rodillas heridas, para luego salir otra vez a sentarnos en la esquina de siempre a hablar de temas adolescentes, de todo, de nada, hasta el último minuto de tu permiso. Interacción.
Como en una película, los años han pasado y hoy las interacciones con estos mismos amigos hoy son, la mayoría, a través de un Smartphone. Porque así es hoy la vida, digital.
Incluso hoy podemos no sólo estar al tanto de los amigos del ayer, del hoy, sino que tenemos la capacidad de saber al detalle la vida de muchos desconocidos, chismosos, poetas, cantantes, o famosos gracias a redes sociales, y hasta sentimos que los conocemos, que son nuestros amigos, nuestros amantes, nuestros cómplices, sin en realidad haber cruzado ni un “hola” con ellos en la vida real.
Nos creemos mucho de los que nos dicen sus textos, sus fotos, sus videos. Nos embelesamos con sus vidas fantásticas, con ellos, y con la idea de ellos con nosotros, para luego sentir las crueles consecuencias que generan las expectativas que nos inventa el mundo virtual.
Una de mis amigas más queridas y cercanas, por ejemplo, está enamorada de un actor y comenta cuidadosamente sus stories de Instagram. Un buen día, el buenmozo y sociable joven le respondió. Su emoción era equivalente a la mía cuando ayer encontré un billete de cien soles en una falda que no me ponía desde el año pasado (mucha emoción). De pronto, una semana después, coincide con el en un bar en donde el la reconoce y se saludan. La interacción fue muy cordial pero distaba mucho de las expectativas románticas que tenía mi soñadora amiga.
La vida virtual nos involucra en historias, nos crea expectativas, nos hace narradores de cuentos fantásticos, nos hace a veces vivir historias irreales y hacer planes que nunca pasaran. Nos hace enamorarnos de un barato “hey”, y nos hace interpretar un flojo emoticon como un beso apasionado de diez minutos. La vida digital nos acerca, pero también nos aleja.
Nos acerca a personas que en otros tiempos no podríamos conocer, o que conocimos pero que no podríamos volver a ver por las distancias. Que tan posible es por ejemplo un par de limeñas coqueteen y hagan planes con un turco y un libanés que viven al otro lado del mundo.
El secreto para no morir confundidos e ilusionados por el cruel mundo virtual: la correcta interpretación de los mensajes. Dura tarea señores, dura tarea. La real carga conceptual otorgada a un emoticon jamás la sabremos, jamás la sentiremos en la piel, jamás.
El mundo digital nos puede llenar de emociones, pero estas emociones están destinadas a la muerte si no se aterrizan en un mundo real. El mundo es de los valientes, por eso creo que a veces vale la pena aguantar y disfrutar la sensación del alcohol en la herida, aunque como dice una canción, “una rodilla rallada duele menos que un corazón partido”.
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