Nacidas como una solución para conservar alimentos en viajes y expediciones militares, se transformaron en piezas clave en la historia del packaging moderno y la cultura del consumo.
A principios del siglo XIX, un francés llamado Nicholas Appert inventó una especie de conserva. Pero fue recién en 1810 cuando Peter Durand, un comerciante inglés, patentó el clásico envase cilíndrico de hojalata que conocemos.
Este invento cambió las reglas del juego: por primera vez, los alimentos podían guardarse y moverse de un lugar a otro sin echarse a perder tan rápido. Fue un paso enorme que ayudó a construir la forma en que hoy consumimos.
Para mantener el contacto con los alimentos, la hojalata, una alineación de hierro y estaño, era la ideal, ya que ofrecía resistencia y facilitaba la maleabilidad. Además, el producto no presentaba un riesgo para la salud, era seguro para el consumo humano.
Al principio, las latas se hacían a mano, una por una. Pero con la llegada de la Revolución Industrial y las nuevas máquinas, todo se aceleró. Así, los alimentos enlatados empezaron a llegar a mucha más gente.
Para 1870, William Worcester mejoró el abrelatas y creó un sistema mucho más simple y fácil de usar en el hogar..

Cuando las latas dejaron de ser solo envases
Con el tiempo, las latas de hojalata empezaron a tener un valor más allá de lo práctico. En los años 30, comenzaron a decorarse con colores y dibujos, convirtiéndose en pequeñas obras de arte que también servían para publicitar productos.
Gracias a ello, las marcas encontraron una de diferenciarse a través del packaging de sus productos. Ya no era solo un contendedor, sino una herramienta para generar un vínculo emocional con sus consumidores.

Con la llegada de la Segunda Guerra Mundial, la industria de la hojalata creció notablemente, aunque parezca contradictorio. Esto se debió a que era clave para enviar alimentos a los soldados durante ese tiempo.
En los años 50, surgieron nuevas ideas como el uso del aluminio para fabricar latas. Más adelante, en 1962, se creó la anilla para abrirlas fácilmente, lo que mejoró la experiencia del consumidor y ayudó a que las latas se volvieran populares, no solo para alimentos, sino también para bebidas.

El envase empezó a contar su propia historia
Hoy en día, la hojalata se puede reutilizar muchas veces sin perder su calidad, lo que la convierte en un buen ejemplo de economía circular. Por eso, muchas marcas están apostando al diseño y la imagen de sus latas como una forma de mostrar su identidad y conectar mejor con su público.
Un ejemplo de ello, es que las marcas ofrecen experiencias premium al introducir sus productos en latas, transformando lo que tradicionalmente se veía como un producto básico a un objeto de sofisticación.