Hacia finales de los setenta un joven llamado Rubén Blades estaba por grabar su disco “Siembra” con La Fania Records, el sello discográfico más importante del género salsa, en aquellos tiempos. Sin embargo, había un problema, una de sus canciones duraba siete minutos con veintiún segundos. Jerry Massucci, cofundador de La Fania puso el grito en el cielo, ¡cómo una canción podría durar casi ocho minutos! Asi que le respondió al compositor que no podrían grabarla de esa forma, pero no solo eso, tuvo una sugerencia muy creativa: cortar la canción, sobretodo ese primera parte introductoria que duraba como treinta segundos y nadie la iba a bailar.
Ante tal sugerencia, Rubén Blades respondió que lo haría de la misma forma con la que Miguel De Cervantes debió eliminar de El Quijote a Sancho, por gordo, y que mejor le hubiera cambiado el caballo por mula. La censurada canción era "Pedro Navaja" y Rubén Blades tiempo después la grabó con todo e introducción.
No tengo que explicarles el éxito que tuvo y tiene esa canción que estuvo a punto de ser mutilada, solo imagínense esa fiesta sin esos acordes inconfundibles que hacen mover los pies de los que hasta están en las mesas. Pedro Navaja existe porque Rubén Blades no "negoció" su idea, él sabía que siete minutos con veintiún segundos era el tiempo adecuado para hacer algo extraordinario.
Tampoco podemos negarle crédito a La Fania, que pudo salir del paradigma y arriesgar para ganar.
Pero los Pedro Navaja no se presentan sólo en la música, pueden aparecer y ojalá con mayor frecuencia en el ejercicio publicitario. Para trascender en comunicación tenemos que quitarnos y quitarles el corset del paradigma a todos los que intervienen en nuestra comunicación.
No siempre menos es más, ni más es menos. A veces más, es simplemente más.