Por Daniel San Román, gerente de marketing de ISIL.
Qué gélida campaña electoral hemos vivido, ¿eh? Deben ser la campaña más monse que recordemos de los últimos 40 años. Pese que la comunicación hoy ha evolucionado y las estrategias se pueden perfilar con mayor precisión, este 2018 hemos visto campañas con menos trabajo que un parcial de primer ciclo. Campañas chatas y que han mostrado, incluso, menos trabajo que en versiones anteriores en gran medida porque los presupuestos han estado más reducidos producto de reformas electorales que obligan a los candidatos que los aportes superiores a una Unidad Impositiva Tributaria (UIT), que equivale a S/ 4,150, deban recibirse por medio de una entidad bancaria. Así además se prohibieron los aportes de empresas peruanas o extranjeras y se eleva a 120 UIT el tope para los aportes. Por ello no hemos visto este 2018 grandes campañas televisivas, ni radiales.
Pero a falta de tele hubo paneles para regalar. Así mientras en otros países las campañas electorales se caracterizan por las propuestas y por la exposición de planes, aquí hemos seguido el modelo de postulaciones caudillitas. Por eso nos hemos enfrentado a campañas mucho más efectistas pasando por poner muchos carteles en las avenidas y armando “horas locas” en los semáforos pero no impulsando una sola propuesta. Incluso, en esta campaña, se ha apelado el elemento setentero de los autos perifoneando arengas políticas a los vecinos.
Cuándo las marcas nos juntamos con las agencias de publicidad para hacer una campaña, la conversación siempre empieza con una pregunta: ¿cuál es tu diferencial? Evidentemente en la campaña electoral esa pregunta no aguanta reflexión ante un universo que publicitariamente no ha mostrado nada diferente. Así nos encontramos a los candidatos pasando más tiempo desmintiendo acusaciones que levantando una propuesta.
Es cierto que en lo que a candidatos distritales refiere se ha apreciado una campaña más personalizada recurriendo al siempre efectista y efectivo puerta a puerta. El tamaño del universo hace que esta acción siempre garantice una alta valoración y que la población sienta que hay una verdadera preocupación por sus problemas. El problema es cuando la campaña escala a niveles de la ciudad de Lima. Ahí, a los candidatos, la ciudad les queda grande y sin la posibilidad de usar medios masivos el trabajo se vuelve más de panfleteo y paneles. Así pese a estar en siglo XXI estamos utilizando herramientas propias de la “democracia ateniense”.
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