Mi admiración por los deportistas de alto rendimiento siempre ha sido grande. Como representante, he podido tener la oportunidad de vivir de cerca sus entrenamientos, competiciones, fracasos, alegrías y créanme que no es fácil ponerse en sus zapatos.
Hace unos días la ex deportista Olímpica (bádminton) Claudia Rivero, durante el seminario internacional de Periodismo Deportivo organizado por el Instituto Peruano del Deporte ( IPD), comentó lo difícil que eran sus entrenamientos en Alemania previos a su participación en las Olimpiadas de Beijing 2008. “Entrenábamos casi todo el día, los 7 días de la semana. A veces cuando llegaba a mi cama me ponía a llorar pues el ritmo de entrenamientos que se manejaba en ese campamento para deportistas de alto rendimiento era muy fuerte aparte de tener a la familia bastante lejos, sin embargo, pude continuar gracias a mi convicción de que sólo entrenando de esta forma iba a poder dar la talla en una competición tan importante como son unos Juegos Olímpicos”, afirmó.
Y es que hoy la mayoría de personas ven sólo el lado atractivo del deportista. El automóvil del año, la nueva mansión a las afueras de la ciudad, o el reloj valorizado en miles de dólares, pero lo que la gente no sabe (u olvida) es todo el sacrificio y esfuerzo de años de entrenamiento que los llevaron a convertirse en los mejores en sus disciplinas. Aquellas largas concentraciones seguramente lejos de casa, aquellas lesiones producto del desgaste físico o el privarse de diversas tentaciones ya que ellos deben cumplir una dieta balanceada para no subir de peso y estar en forma.
En el libro “Número 1” de Anders Ericsson y Robert Pool se hace mención de aquellos mitos que tienen que ser derrumbados si queremos llegar a ser los mejores en lo que nos propongamos. Esto puede aplicarse muy bien en el campo deportivo o empresarial por lo que me gustaría poderlo compartir.
El mito número uno es la creencia de que las habilidades de una persona están limitadas por características genéticamente definidas. Estas creencias se manifiestan en afirmaciones del tipo “no puedo…”, “no soy capaz de…” “no puedo hacerlo mejor de lo que lo hago…”. La aparición de este tipo de información lo único que genera en el atleta es aligerar el ambiente. La actitud importa, no lo olviden.
El mito número dos dice que, si uno hace algo durante el tiempo suficiente, por fuerza mejorará en ello. Esto no es verdad. Hacer lo mismo una y otra vez del mismo modo, no es la mejor receta para mejorar, sino que conduce al estancamiento y a empeorar poco o poco.
El tercer mito afirma que lo único que hace falta para mejorar es esfuerzo. “Si nos esforzamos lo suficiente, mejoraremos”, dice la frase. Por ejemplo, si trabajamos en el área de ventas de una empresa de consumo masivo y buscamos vender más, esforcémonos más. Si queremos ser mejores jefes, esforcémonos más. La realidad es que todas estas cosas son destrezas especializadas, y aquí lo que se tiene que hacer es trabajar en técnicas de práctica específicamente diseñadas para mejorar esas destrezas concretas, esforzándonos más no nos llevará muy lejos. Y esto también puede ir muy bien aplicado al mundo deportivo.
Peter Lopez, quien fuera uno de nuestros mayores exponentes en el Taekwondo y dos veces olímpico (Beijing 2008 y Londres 2012), me comentaba que el esfuerzo no bastaba en los entrenamientos.
“Para ser el número 1 no basta con entrenar fuerte o varias horas. En mi deporte siempre aprendía nuevas técnicas de ataque y trataba siempre de ponerme en diferentes escenarios. En un deporte como el mío no es la misma estrategia cuando vas ganando cómodamente 3 a 0 o una situación extrema en la voy perdiendo 5 puntos abajo”, afirmó.
Ángela Leyva quien es una de las mejores voleibolistas que tiene nuestro país y la cual tengo el gusto de representar, es un claro ejemplo de ello y aunque todavía no ha llegado a unas Olimpiadas con la Selección creo que puede aportar a esta idea.
“El esfuerzo es básico en el deporte, pero no lo es todo. Aquí también hay otros elementos que pesan en la alta competencia como la disciplina y la técnica. Saber que es bueno comer y que no durante el día. Saber que tu cuerpo necesita descansar un mínimo de 8 horas luego de un fuerte día de entrenamientos. Al final uno puede engañar al entrenador, pero no se engaña a sí mismo. Siempre se pueden aprender cosas nuevas. Yo he nacido con un don, pero también estoy convencida que sino cultivo este don mañana se puede ir. El vóley es mi profesión y por eso lo tomo con responsabilidad”, comentó.
Si no mejoramos, no es porque se carezca de talento innato, sino porque no practicamos de la manera correcta. Cuando se entienda esto, la mejora pasa a ser cuestión de encontrar cuál es esa forma correcta.
Por Eduardo Flores, director de la agencia Marketing Deportivo Toque Fino.
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