Escrito por: José Miguel Marchena, Gerente de Educación Ejecutiva de ISIL.
Flojos, egocéntricos, malcriados, vanidosos, malagradecidos, narcisistas y adictos a la tecnología. Estos son solo algunos de los adjetivos y términos que acompañan las descripciones que encontré de “millennial” en un rápido paseo por internet. ¿Me pregunto si queda algo peor que decirles?
Sin embargo, y por si fuera poco, lo que más ha llamado mi atención es la inagotable lista de comportamientos y actitudes que se les adjudica casi de manera gratuita: “los millennials no ahorran”, “no se quieren casar”, “no piensan en el futuro”, “no son leales”, “tienden a la depresión”, “no duran en los trabajos”, “quieren todo fácil” “no quieren tener hijos”, entre muchos otros. De hecho, lo último que leí al respecto, y que de momento ocupa el primer lugar en el ranking de la creatividad, es que los millennials son “muy volátiles”. ¿Volátiles? ¿Es en serio?
Honestamente, si fuera un millennial, estaría un poco harto de toda esta retórica.
Pero, ¿Por qué tanto interés en encasillar y delimitar a estos jóvenes? ¿Por qué se parte del prejuicio para definir a estos chicos? ¿Qué tendencia antojadiza del marketing nos ha llevado a esto?
Partamos de lo esencial. ¿A quiénes llamamos millennials? Si bien se encuentran algunas discrepancias en las edades, el consenso es que se define como millennial a los nacidos entre 1981 y 1995, es decir, jóvenes que hoy tienen entre 20 y 34 años de edad aproximadamente. Y aquí planteo una primera reflexión: ¿no es acaso un margen un poco amplio como para pretender homologar el comportamiento de todas estas personas? En todo caso, y solo para citar un ejemplo, tengo en mi equipo de trabajo a una persona de 22 y otra de 30, y hay diferencias sustanciales entre ellos, por decir lo menos.
Por otro lado, estoy de acuerdo en que la tecnología tiene mucho que ver. No lo discuto. Se trata de una generación impactada por la conectividad, la sociabilización digital y la movilidad. Aunque, sin perjuicio del dramático efecto que esto ocasiona en la gente y no solo en los jóvenes, me resulta un criterio insuficiente para construir un molde lleno de actitudes y comportamientos y atribuírselo a casi el 30% de la población mundial.
Lo peor de todo, y esta sería la segunda reflexión, es que se puede estar incubando un efecto adverso como resultado, y es que a partir de la insistencia por estereotipar a estos jóvenes, son precisamente ellos mismos, los que han encontrado en el simple hecho de ser “un millennial” la razón de todos sus problemas, la respuesta a todas sus inquietudes, o incluso el recurso perfecto para encontrar una explicación a cualquier situación compleja que los desafié, a algún eventual fracaso en cualquier ámbito o simplemente, a todo lo que les pasa.
-¿Por qué duraste solo tres meses en el trabajo?
– “Porque soy un millennial, obvio”.
Querido millennial, mantenerse uno, dos o más años en una misma compañía no siempre es malo, de hecho, puede ser muy bueno.
Entiendo perfectamente que segmentar en marketing es vital y esta es una generación con evidentes particularidades. Hasta allí todo bien. Pero no nos vendría mal reparar en un análisis algo más profundo y serio antes de caer en el facilismo de continuar etiquetando todo lo que se nos ocurra sobre estos jóvenes y sus eventuales actitudes con el nombre de millennial. Tal vez así, permitimos que se comporten naturalmente y, quien sabe, con un poco de suerte, terminamos descubriendo como son en realidad.